JOSÉ MARÍA EIROS | “Los seres humanos estamos hechos para el conocimiento, para la belleza y para hacer el bien”

Hace varias décadas un niño paseaba con su madre por las calles de su Mondoñedo natal. En cuestión de segundos pasó de jugar a subirse en el regazo de un hombre con gafas de montura negra y cara de buena persona. Ese niño es hoy el doctor José María Eiros y sigue contando con orgullo que guarda con enorme cariño aquella foto que alguien le hizo con Álvaro Cunqueiro.

Eiros es catedrático de microbiología, Jefe de Servicio de Microbiología del Hospital Universitario Río Hortega, director del Centro Nacional de la Gripe y un entusiasta en la obra de Cunqueiro, cuyas creaciones analiza y recomienda con la ilusión de quien abre un gran regalo. Especialmente las que Cunqueiro dedica a los menciñeiros, una suerte de curanderos cuyas vivencias abren la puerta a un universo rural y mágico repleto de valores y claves de vida que ha entusiasmado a medio mundo, como demuestran las numerosas tesis doctorales que, sobre la figura del escritor gallego, se han escrito en las universidades más prestigiosas de occidente.

Huérfano de un Nobel, dicen, más que merecido hoy el nombre de Cunqueiro bautiza el Hospital Universitario de Vigo para volver a unir su destino al de un hombre que vuelve a casa cada vez que relee a quien hizo del manejo de la palabra un prodigio de sensibilidad.  

 

PUENTIA: ¿Por qué Álvaro Cunqueiro es un buen espejo donde mirarse?

JOSÉ MARÍA EIROS: Porque probablemente sea uno de esos autores injustamente valorados en su tiempo. En el criterio de muchos expertos literarios, hubiera merecido el Nobel. El mayor reconocimiento que tuvo en vida es que la Universidad de Santiago de Compostela le nombró Honoris Causa el mismo día que a Camilo José Cela, lo que da medida de la importancia que le otorgaba.

Y porque en sus múltiples facetas demostró gran calidad como periodista, como novelista, como poeta, como autor teatral, como articulista, como guionista radiofónico... Era un excelente comunicador y se le asocia, como a otros autores, a la creación del realismo mágico. Escribía de manera muy acertada tanto en castellano como en gallego. Algunas de sus novelas más famosas están escritas en gallego. Cuando no había normativización de la lengua como ahora fue pionero. Su estilo podría ser arcaizante, pero fabulaba bien y creaba gracias a una imaginación muy poderosa. 

P: Usted salió de Mondoñedo a los 10 años y ha desarrollado su carrera en Castilla. Otros quizá olvidan, pero al gallego la morriña, dicen, lo acompaña siempre. ¿Es su acercamiento a Cunqueiro la forma de combatir esa añoranza?

JME: Diría que no porque un mindoniense como yo calibra el mundo con las mismas varas de medir que tenía Cunqueiro en su obra. A los gallegos se nos percibe, y más en Castilla, como personas que dudan, con morriña, pero las varas de medir de Cunqueiro son las mismas en las que yo me he criado. Es esencial a mí. Yo no hablaba gallego de cuna, pero en la medida que te vas haciendo mayor y te relacionas, llegas a hablar, a leer y hasta a pensar en gallego.

En todo el mundo los gallegos hemos sido, somos y seremos personas abiertas al mundo, no solo por la inmigración, que ha imprimido carácter a generaciones y generaciones, sino por muchas de nuestras actividades (la gente del mar, por ejemplo). La añoranza y la conexión con la tierra alientan el sentimiento de vuelta a la patria en el futuro. Te haces muy acomodaticio de los lugares a los que llegas pero mantienes muy viva tu raigambre, tus tradiciones y tu manera de mirar al mundo.

P: Fue Cunqueiro un comunicador excelso. Un todoterreno que se desenvolvió muy bien en diversas facetas. ¿Echa de menos en la comunicación de hoy la empatía y la sensibilidad de la que su paisano hizo gala toda su vida?

JME: Debemos recuperar esa humanidad al comunicar. Él comunicaba muy bien porque empatizaba, era abierto y era profundamente observador del alma y de la inteligencia humanas. Su prosa es muy buena y en los relatos es muy certero y escueto. Cualquier descripción de un curandero gallego no ocupa más de folio y medio y con un final generalmente apoteósico.

P: En un mundo que acelera cada vez más, ¿ocupa el trato humano el lugar que debería?

JME: Sin duda hay mucho que mejorar. Las relaciones personales están mediatizadas muchas veces por un mal endémico de nuestra era que es la prisa. Cuando recibimos a nuevos especialistas, solemos recomendar que, al tiempo de recuperar la esencia del ejercicio de nuestra profesión, que es dar calor humano, aliviar y cuidar, hay que darse tiempo para la reflexión interior. Nos debe motivar. Todos tenemos mucha prisa hoy. Consultamos un montón de veces al día la pantalla de móvil, pero deberíamos parar un momento cada día y dedicar el tiempo simplemente a pensar dónde estamos, a dónde nos dirigimos, cuál es el sentido de nuestro día a día, de las relaciones que mantenemos y cuál es nuestra capacidad de ayuda. En Medicina lo necesitamos, sin duda.

P: La comunicación más efectiva y persuasiva es la que toca las emociones. ¿Deberían leer a Cunqueiro los responsables de marketing, los curadores de contenido, los community managers…?

JME: Estoy convencido de que les vendría muy bien. Ya sabes lo que dicen: ‘menos Facebook y más de face y de book’. Es importante leer. Los seres humanos estamos hechos para el conocimiento y para la belleza y una buena manera de alentarlos es la buena literatura, que te permite imaginar, vivir y trascender a tu propio marco temporal, que es finito a cada uno de nosotros. La literatura es muy importante porque te alimenta el espíritu.

P: En PUENTIA reivindicamos la comunicación “con alma”, ¿no era eso lo que precisamente reclamaba Cunqueiro en su Escola de Menciñeiros para la relación médico-paciente?

JME: Así es. Recuerdo a Perrón de Braña, uno de los personajes que él conoció, que curaba acompañando al paciente en sus paseos y hablando. De alguna manera ese acompañar en el caminar, que tiene una simbología muy poderosa, lo vemos desde la literatura hindú a la Grecia clásica o en las narraciones de la biblia en nuestra cultura. Que un curandero pasee o conviva con su paciente es muy interesante porque demuestra que eso les mejora. Escuchar siempre mejora el alma.

Michael Ende atribuye a Momo la capacidad de escuchar como nadie. Esa capacidad debe ser muy reivindicada porque todos tendemos a hablar, pero lo difícil es escuchar con atención.

P: La perspectiva urbanita y ajena a la práctica médica asocia la figura del curandero al chamanismo, ¿con qué ojos mira un médico a un curandero?

JME: El curandero gallego nada tiene que ver con el chamán. Cree de buena fe tener poderes para ayudar a alguien desvalido. No aplica magia ni esoterismo sino un remedio que generalmente trasciende el motivo de la consulta.

Cuenta Cunqueiro como a un señor prestamista -muy avaro-, que llega a la consulta del menciñeiro con tiritona, pérdida de peso y sudor frío, le recomienda cambiar de vida, vestirse como un mendigo y cambiar de hábitat y para ello le manda a la costa de Lugo. Al final de la historia cuenta como mejora. Se le quita el sudor frío, la tiritona y mejora su imagen entre quienes le debían dinero porque les perdonaba las deudas. Eso lo hizo después de que el paciente hubiera gastado mucho dinero recorriendo boticas buscando remedios para ese síndrome que padecía.

Cunqueiro capta la esencia del alma humana y pone remedios para curar lo que les aflige a las personas con medidas que van más allá de la propia solución médica.

Además de tener capacidades para curar, esos curanderos tenían otros saberes. Unos eran latinistas, otros músicos, albéitares… y hacían estancias como hacemos ahora para potenciar sus facultades…. Aprovechando el servicio militar o visitando a parientes iban a Cuba o a Argentina e incorporaban conocimientos de otras latitudes. Eran unos adelantados de su tiempo.

P: Sobre la tumba de Cunqueiro se puede leer «aquí yace alguien que, con su obra, hizo que Galicia durase mil primaveras más». Si consigues trascender, y él lo logro, has cumplido tu misión ¿no cree?

JME: La clave de la vida no la tengo que explicar yo porque tampoco la sé, pero es importante ser útil a otros y gastarse en hacer el bien -y de eso todos tenemos un criterio porque todos tenemos conciencia-. Allí donde la última capa de la cebolla de nuestra conciencia nos dice que obramos rectamente, probablemente no hayamos errado el camino. La vida tiene sentido en la medida en que ayudas y quieres a otras personas. Todos tenemos muchos errores y hay que asumirlos. La clave está en que, cuando uno se ve mal o se desvía, debe tener a alguien cerca para volver y recuperarse. La vida es caer y levantarse. No pasa nada porque estamos hechos para hacer el bien.

P: ¿Ve ‘trazas cunqueirianas’ en algún autor o autora contemporáneos?

Hay muchos literatos que siguen su línea. También articulistas. Nuestro Mondoñedo natal ha dado grandes figuras a la literatura en gallego y en castellano. Sin darte nombres sí que se percibe que en la parte de su obra a la que más me he dedicado por afición queda constatado que los narradores de historias cortas enlazan muy bien con su estilo. En mi generación hay personas de mi entorno, paisanos míos, capaces de reproducir su estilo con gran maestría.

P: ¿Por dónde debe empezar quien todavía no haya leído a Cunqueiro?

JME: Suelo recomendar que se empiece por Merlín y familia. Es una historia narrada por José del Cairo, el criado del mago Merlín -de quien dice Cunqueiro que no se tiene noticia de que muriera-. Es el Merlín del ciclo artúrico, que vive en Galicia, y a su casa vienen a consultarle problemas de toda Europa. Es muy divertido.

A otros lectores también les van bien Las crónicas del sochantre o Las mocedades de Ulises. Son tres modelos muy diferentes de inmersión en lo que es Cunqueiro como escritor rotundo. A mí, que soy un poco barroco, también me van Vida y fugas de Fanto Fantini y Un hombre que se parecía a Orestes, pero hay también piezas memorables en teatro o sus primeras poesías, que son muy interesantes. Hay muchas maneras de aproximarse a él.

P: ¿Qué le ha enseñado Cunqueiro de usted mismo?

JME: Que en el fondo es una bendición sentirte y ser gallego porque, con todos nuestros defectos, tenemos una vena poética y una manera de medir el mundo que da resultado y que te permite reconocer a los tuyos allá donde vayas. Lejos de encerrarte en ti mismo, te permite expandir.

Vivo fuera de Galicia y he sentido esa diáspora como millones de gallegos en diferentes momentos. Te permite vivir y a conectar directamente con la vena sueva que tenemos todos los gallegos al igual que el enraizamiento en la tradición cristiana que permite ver la dimensión del hombre que trasciende la mera experiencia vital. Cunqueiro lo refleja con elegancia.

En muchas de sus páginas trasciende esta manera de ver el mundo que es tan graciosa y divertida, tan de Mondoñedo, una ciudad episcopal de las más antiguas del país. Eso marca y Cunqueiro te mete rápido en ese mundo. Cuando lees lo que narra te das cuenta de que refleja personajes, olores, cantos de pájaros o el murmullo del bosque antes de formarse una tormenta tal y como lo hemos conocido quienes llevamos en el genoma aquel entorno.

P: Para alguien que, como usted, convive a diario con la enfermedad ¿qué desafío representa el hecho de saber comunicarla bien (de forma comprensible) al paciente que está enfrente, asustado, desmoralizado y sin nadie más que usted en quien apoyarse en ese momento?

JME: Por mi especialidad no suelo atender de manera directa a pacientes o familiares a los que comunicar noticias buenas o malas, pero sí ha sucedido otras veces a lo largo de mi vida por otras posiciones que he ocupado. En una época en la que fui gestor hospitalario una de mis prioridades era la de dotar a los médicos de espacios para comunicar con cuidado. No puedes dar determinadas noticias de pie en un pasillo o en un lugar por el que no dejan de pasar personas. Tienes que buscar la intimidad para hablar de lo más preciado, que es la salud. En asistencia hospitalaria vivo con dolor y preocupación la inequidad de que aún existan habitaciones de hospitalización con tres camas. Somos seres humanos y todos percibimos la salud como algo íntimo que nos afecta de manera radical. Buscar esos espacios para la comunicación íntima y privada resulta esencial porque va en la propia dignidad de la persona.

P: Como formador, ¿enseña también a comunicar?

JME: No tenemos asignaturas específicas sobre comunicación médica pero sí dejamos cierta impronta a la hora de comunicar en clase. Yo, que estoy ya en la séptima década, soy hijo de mi tiempo. Utilizamos un método de docencia, el de las clases teóricas y expositivas, que transmite conocimientos desde la palabra. Hay diferencia entre leer una diapositiva o contar las cosas de manera viva, con pasión, cariño y poniéndote en el lugar del que escucha. Ponerse en el lugar del alumno es una manera de motivarlo.

P: ¿Atesora en general el medico buenas dotes de comunicación de base?

JME: A comunicar como a componer, a pintar o a tocar el piano se aprende y se llega por tres vías. Porque tengas maestros que te puedan conducir, porque tu actitud sea abierta a aprender o por la propia práctica. El medico debe ser comunicador.

P: Y discreto

JME: Por supuesto. Hace poco en una tertulia de colegas médicos alertaban sobre la indiscreción. Debemos educar a los que vienen en ser discretos a la hora de comentar porque un hospital es un espacio muy abierto y conviene cuidar esto, que también va muy unido a la educación en el hogar y la unidad familiar que uno trae de base. A los niños y niñas se les debe insistir en ciertos aspectos que a veces culturalmente vamos descuidando. Hoy, la cultura de la imagen y las redes sociales no es muy discreta por eso hay que formar en cierta discreción.

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