De abogados y puentes

Francisco Silván

Socio de Corporate y M&A y responsable de Talent en la práctica legal de EY Abogados

En un mundo globalizado, perfiles como el de Francisco Silván están cada vez más cotizados. Especialista en Relaciones Internacionales y Comercio Exterior es uno de esos referentes a los que tener en cuenta cuando percibimos los primeros temblores de terremotos lejanos o si tenemos intención de asemejar nuestro modelo empresarial a los de otros países donde ya están funcionando determinados mecanismos inéditos por estos pagos. Para este leonés parco en palabras el silencio es una forma de fabricar tiempo de calidad para leer las señales y comprender los contextos y sus consecuencias. Reflexivo, es socio de Corporate y M&A y responsable de Talent en la práctica legal de EY Abogados. Antes fue socio de la prestigiosa firma internacional Ontier. Si por algo se le destaca en una trayectoria profesional que ya celebró sus bodas de plata es por su buena mano para las alianzas. Fusiones y adquisiciones no tienen secretos para él, que disipa dudas, asesora y encauza incertidumbres ante lo que en muchos casos suele ser el paso más importante en la historia de una empresa. Y también germina en otros todos sus conocimientos como codirector del Master in International Law, profesor de Fusiones y Adquisiciones y Derecho Mercantil en el IE Law School y en San Pablo CEU, y en calidad de Foreign Trade & International Relations del Instituto Superior de Derecho y Economía (ISDE).

Silván es una autoridad capaz de sacar una conclusión minuciosa y atinada de un hecho tan aparentemente cotidiano como un merecido reconocimiento público. Mientras Antonio Garrigues Walker, María Dolores Dancausa, Cristina Garmendia y Francisco Riberas recibían en Madrid los II Premios Puentia él no solo se limitaba a escuchar. Leía las señales, analizaba y ataba cabos para dejarnos esta brillante reflexión en el marco de otro día para la historia de PUENTIA.

Hace unos días tuve la fortuna de asistir a la gala de entrega de los Premios Puentia en la que se reconocían las extraordinarias trayectorias vitales y profesionales de Cristina Garmendia, María Dolores Dancausa, Francisco José Riberas y Antonio Garrigues Walker. Además de ponderar valores como la humildad, el esfuerzo personal y colectivo, la generosidad y la empatía, los galardonados instaron a derribar muros y construir puentes que mejoren la vida de las personas. En el discurso de agradecimiento, el maestro Garrigues Walker recordó también la necesidad de tener presente la ética en nuestro día a día al afirmar que “sin ética no hay nada, absolutamente nada”.

En el taxi de regreso a casa y tratando de ordenar las ideas sobre lo que acababa de escuchar, me planteé cuál es el papel de los abogados en nuestra sociedad, en un momento y en un contexto como el actual, y qué puentes podemos o debemos ayudar a conservar o quizás a construir.

Antes de compartir algunas ideas, permítanme un breve inciso en tono de humor: he de reconocer que mi primera reacción al pensar en abogados y puentes fue preguntarme con qué clase de ingenieros tendríamos que lidiar en el proceso: ¿de caminos?, ¿industriales?, ¿otros? Abrumado por la magnitud de la cuestión, dejé rápidamente que mis pensamientos fluyeran en otra dirección.

Puentes con la sociedad

Los últimos acontecimientos vividos en nuestro país me han hecho recordar, con más intensidad que nunca, que el estado de derecho, el imperio de la ley y la separación de poderes constituyen pilares esenciales de nuestra sociedad. Ni las ideologías ni los partidismos ni, por supuesto, los intereses personales pueden primar sobre el más elemental de los principios, al cual ya se referían los clásicos al advertir que “una sociedad sin Derecho no puede vivir, no se puede constituir e incluso no puede pensarse”. Nos corresponde, por tanto, a los abogados recordar y defender contra viento y marea que nada hay fuera de la ley.

Puentes con los clientes (y con quienes aún no lo son o nunca lo serán)

La confianza es uno de los fundamentos de las relaciones humanas. No es posible establecer y desarrollar una relación de cualquier orden sin un mínimo de confianza y, por tanto, también constituye la esencia del vínculo entre el abogado y sus clientes. La honestidad, que es la base de la confianza, es la conciencia clara de lo que está bien, de lo que creemos mejor para nuestro cliente, sin que entren en contradicción lo que pensamos y lo que hacemos. Andrés Calamaro cerraba su celebrado “Honestidad Brutal” con un epílogo abrumador: “La honestidad no es una virtud, es una obligación”. También, o quizás, sobre todo, para los abogados.

Puentes con los compañeros de profesión

Uno de los mayores atractivos de nuestra profesión es, al menos en mi experiencia, la cantidad y calidad de los compañeros con los que nos encontramos a diario. Salvo contadísimas excepciones y más allá de afinidades personales, he tenido la fortuna de tratar y enfrentarme a abogados rigurosos, serios y volcados en la defensa de los intereses de sus clientes. Si la empatía es un valor en alza en nuestra sociedad, en esta profesión es una condición imprescindible: hoy vendes, mañana compras; hoy demandas y mañana serás demandado. La capacidad para escuchar y analizar un asunto (también) desde la perspectiva del otro es una habilidad que, a pesar de lo que pueda parecer, redunda siempre en beneficio de nuestro propio cliente.

Puente con el futuro (¿o es con el pasado?)

Es el que más me ocupa (que no preocupa) en este momento. Los abogados que tenemos, al menos profesionalmente hablando, más pasado que futuro, tenemos como objetivo ineludible contribuir a asfaltar el puente que empiezan a cruzar los más jóvenes. Al igual que nuestros mayores hicieron con nosotros, aprovechando sus aciertos y aprendiendo de sus errores, nuestra principal tarea ahora es transmitir los valores y la pasión por este oficio milenario y ayudarles en la construcción de una carrera profesional que les permita alcanzar sus objetivos, sin juzgarlos y haciéndolos nuestros desde este mismo momento.

Ética, humildad, rigor, esfuerzo, honestidad, empatía, generosidad y un irrenunciable respeto al imperio de la ley constituyen, a mi juicio, los pilares fundamentales de este puente infinito que une a los abogados con el mundo que nos rodea.

Siguiente
Siguiente

La segunda revolución en Compliance